Finales del XIX: una nueva etapa del capitalismo
Desde los años ochenta del siglo XIX, el capitalismo conocerá un progreso singular, del que no estarán exentos ni los progresos científico-técnicos, ni la dominación de la mayor parte del mundo conocido. Los trabajadores aceptan el sistema o se rebelan contra él; lo primero es "la mayoría silenciosa" -o conformista-, tan apreciada por las clases dominantes; lo segundo es la organización, mayor o menor, con una u otra base teórica, que intenta mejorar o cambiar el orden establecido de relaciones sociales.
La producción se rehace en los dos últimos decenios del siglo, hay más inversiones (Inglaterra, Alemania y Francia se disputan el mundo colonial, sin contar con que EEUU toma Filipinas y Puerto Rico, dejando una soberanía muy limitada a Cuba desde que se independiza de España en 1898). La siderurgia y las nuevas industrias químicas exigen grandes inversiones, pero dan rendimientos fabulosos, al producir en masa por el sistema de concentrar tanto capitales como plantas industriales.
Las fortunas se van concentrando también en la mayoría de los países, así como aumentan las grandes aglomeraciones urbanas. La riqueza no solo otorga poder de compra, sino también gran prestigio, análogo -aunque distinto- al de la nobleza de un siglo atrás. También se puede hablar ya de masas obreras asalariadas; con poco más de medio millón de habitantes, Madrid tiene 97.000 obreros y Barcelona 145.000 en el primer lustro del siglo. Los mineros de Asturias pasan de 15.000 en 1909, y son 5.000 los siderúrgicos. En Francia hay en 1906 más de 3,3 millones de obreros de la industria. Y sigue habiendo "pobres", que no consiguen lo que hoy llamamos "el mínimo vital" (digamos, para comer pan, patatas y bacalao y poder alojarse en una casa de vecindad), en todos los países de Europa - en España, por supuesto- y, además, 2 millones de jornaleros agrícolas que se encuentran sin trabajo durante largas temporadas. Muchos años después lo ha cantado Labordeta:
Para Navidad la oliva,
para el verano la siega,
para el otoño la siembra,
para primavera nada.
Sin duda, hay millones y millones de obreros en las fábricas de los grandes países industrializados. Incluso esos obreros (muchos de los cuales procedían de medios artesanales y agrarios) van ya recibiendo instrucción elemental. Pero eso no es todo: reproducir la fuerza de trabajo en 1910 ó 1912 no es lo mismo que un siglo atrás; para estar en condiciones de producir, el obrero tiene que satisfacer sus necesidades mínimas; pero la idea y la realidad de "necesidad mínima" cambian en un siglo: se trata no sólo de comer decentemente y de no vivir en pocilgas, sino también de tener vestidos para los días de fiesta, de comprar el periódico, tabaco, de "tomar un chato". El obrero ha conquistado el descanso dominical y quiere esparcirse ese día con su familia. En resumen: el precio de la fuerza de trabajo, es decir, el salario, resulta más caro, sobre todo cuando los obreros se organizan y presionan mediante huelgas u otras acciones. En tiempo de depresión, el patrono se alza de hombros ante la huelga, pero en tiempo de crecimiento, cuando tiene repleta la lista de pedidos, no puede soportar la huelga; recurre entonces al Estado, invoca "la libertad de trabajo" para que la fuerza pública rompa la huelga. Pero si esto no es posible o le parece mal camino, pacta con los obreros y admite aumentos salariales o reducciones de jornada de trabajo.
Algunas ideas entran en la conciencia de casi todos los trabajadores, aunque sea en forma difusa; así, que el 1º de Mayo es la fiesta del trabajo, y otra, que la jornada laboral no debe pasar de ocho horas. En otros asuntos discrepan; por ejemplo, en todos los países se hacen huelgas de oficio, pero los socialistas rechazan largo tiempo la práctica de la huelga general en una ciudad, mientras que los anarquistas creen que el cruzarse todos de brazos acarrearía el desplome del sistema capitalista. Sin embargo, la huelga general de Bilbao (1890) está orientada por socialistas.
El otro gran problema con el que se enfrentarán los partidos de la II Internacional, las diversas organizaciones sindicales, etc., es el de las relaciones entre partidos obreros y sindicatos. Hay que señalar que esos partidos se llaman así por su opción de clase y programa, pero también cuentan con trabajadores de servicios, jornaleros agrícolas y hombres de profesión intelectual.
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