La religión china
Según esta concepción del mundo, el orden del cielo está dirigido por el Señor del Cielo (divinidad máxima de la religión china) y el ritmo del trabajo humano en la tierra está reglamentado por el Hijo del Cielo (que es el emperador), que debe organizarlo de forma que se ajuste al ritmo marcado por el cielo (o sea, por las estaciones). El culto que corresponde a esta religión primitiva se centra en una serie de ritos que regulan sacrificios y ofrendas hechos a los dioses de la naturaleza y a los antepasados.
El culto a los antepasados se apoya en la importancia que tenía la familia en el mundo chino. En éste, no se concebía al individuo aislado sino integrado dentro del amplio círculo de la familia, formada por todos los descendientes de un antepasado común. Esta familia a la vez le protege y controla su conducta, exigiéndole una solidaridad máxima con todos sus miembros. Esta solidaridad familiar establecía también estrechos vínculos con los espíritus de los antepasados, a los que había que hacer ofrendas, y que correspondían a tales obsequios con su protección a los vivos.
De su observación minuciosa de la naturaleza dedujeron los chinos una concepción de la evolución del ritmo de la naturaleza que es a la vez equilibrado y dinámico. Según estas ideas todo cuanto ocurre en el mundo es el resultado de la sucesión alternante de dos principios: el yin (humedad, sombras, frío, invierno, cerrazón, principio femenino) y el yang (calor, sol, verano, actividad, expansión, principio masculino). Ambos principios, a pesar de ser contrarios, no se destruyen, sino que se complementan, y de la combinación de ambos surge el progreso, la vida, el tao (el camino) en el que todas las cosas avanzan hacia adelante.
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