La obra de los profetas

Una vez entregadas las tierras de Palestina por Yahvé, a través de Moisés, al pueblo hebrero, éste logró crear allí un reino floreciente que alcanzó su apogeo en época del rey David (siglo X a.C.). Pero durante el I milenio a.C. el pueblo judío quedó sometido, en forma más o menos directa, a los grandes imperios que se sucedieron en las tierras de Oriente Medio: Imperio Asirio, Segundo Imperio de Babilonia, Imperio Persa, reinos helenísticos y, finalmente, al Imperio Romano.
Durante este I milenio aparecen en el mundo judío unos personajes que harán evolucionar el sentido religioso de este pueblo: son los profetas. La obra de los profetas está tratada ampliamente en la Biblia en los Libros de los Profetas: Isaías, Jeremías, Baruc, Ezequiel, Daniel, etc. Los profetas eran predicadores que en nombre de Dios se dirigían al pueblo judío; en su actuación existía una preocupación básica: mantener la fidelidad del pueblo a Yahvé. Pero, al analizar esta fidelidad, descubren los profetas que muchos de sus conciudadanos hacen trampa: son los que hacen oraciones y sacrificios y los que cumplen pequeños preceptos externos pero son injustos con los demás hombres y no ayudan a los débiles. Pero Yahvé, según los profetas, es un Dios que aprecia más la justicia que los sacrificios.
Además, frente a las desgracias que en su época caían sobre el pueblo hebreo, los profetas presentaron un futuro de esperanza: un enviado de Dios -el Mesías- establecerá un Reino de Dios eterno de paz, de justicia y de santidad.

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