Orígenes del pueblo hebreo
El pueblo hebreo se presentaba a sí mismo como descendiente de un jefe de pastores -Abraham- que, procedente de Mesopotamia (Ur), había emigrado a Palestina. Un Dios único y poderoso empieza a establecer contactos con Abraham; le ofrece la tierra de Palestina, le protege y le hace un promesa: le hará padre de un gran pueblo, el pueblo hebreo. Abraham responde a esta actitud de la divinidad con una extraordinaria fidelidad y confianza.
Los descendientes de Abraham, emigrados a Egipto a la cuarta generación, fueron convertidos en pueblo esclavo por los faraones egipcios. Pero una vez más el Dios de los hebreos interviene en su favor; el segundo libro de la Biblia -el Éxodo- está destinado a explicar cómo Dios, por medio de Moisés, libera al pueblo hebreo sacándolo de Egipto. Es entonces cuando empieza la obra de formación del pueblo hebreo. A lo largo de una durísima estancia en el Sinaí, Moisés educa a su pueblo dándole una personalidad. La lectura atenta del Éxodo revela cuál era, a los ojos de los judíos, su personalidad.
La existencia del pueblo hebreo se basaba en un pacto entre éste y su Dios (Yahvé): el pueblo aceptaba a Yahvé como su único Dios, y se sometía a la Ley que Él le dictaba por medio de Moisés. A cambio de esta fidelidad Yahvé le prometía darle la tierra de Abraham -Palestina- y protegerle como a su pueblo escogido.
Así se concretaron, pues, las características del pueblo hebreo, como pueblo escogido por Yahvé, que, para serle fiel, tenía que aceptar y seguir su Ley.
La Ley es un conjunto detalladísimo de prescripciones que regulaban todos los aspectos de la vida del pueblo judío. Las había estrictamente religiosas, pero otras se referían a todos los detalles de la vida familiar, social, económica y política. Todo este complejo Código Legal se encuentra en varios libros de la Biblia, especialmente en el Levítico, el de los Números y el Deuteronomio.
Los descendientes de Abraham, emigrados a Egipto a la cuarta generación, fueron convertidos en pueblo esclavo por los faraones egipcios. Pero una vez más el Dios de los hebreos interviene en su favor; el segundo libro de la Biblia -el Éxodo- está destinado a explicar cómo Dios, por medio de Moisés, libera al pueblo hebreo sacándolo de Egipto. Es entonces cuando empieza la obra de formación del pueblo hebreo. A lo largo de una durísima estancia en el Sinaí, Moisés educa a su pueblo dándole una personalidad. La lectura atenta del Éxodo revela cuál era, a los ojos de los judíos, su personalidad.
La existencia del pueblo hebreo se basaba en un pacto entre éste y su Dios (Yahvé): el pueblo aceptaba a Yahvé como su único Dios, y se sometía a la Ley que Él le dictaba por medio de Moisés. A cambio de esta fidelidad Yahvé le prometía darle la tierra de Abraham -Palestina- y protegerle como a su pueblo escogido.
Así se concretaron, pues, las características del pueblo hebreo, como pueblo escogido por Yahvé, que, para serle fiel, tenía que aceptar y seguir su Ley.
La Ley es un conjunto detalladísimo de prescripciones que regulaban todos los aspectos de la vida del pueblo judío. Las había estrictamente religiosas, pero otras se referían a todos los detalles de la vida familiar, social, económica y política. Todo este complejo Código Legal se encuentra en varios libros de la Biblia, especialmente en el Levítico, el de los Números y el Deuteronomio.
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