La Iglesia de los Apóstoles
Los capítulos finales de los cuatro Evangelios testimonian claramente un hecho básico para entender el cristianismo: los Apóstoles, desmoralizados por la muerte de Jesús, reaccionaron al convencerse de que el Maestro había resucitado; empujados por esta fe empezaron a predicar el Evangelio (palabra griega que significa "buena noticia"). ¿Cuál fue esa buena noticia predicada por los Apóstoles a partir del día de Pentecostés? Se puede resumir en unas pocas palabras: Jesús era el Mesías enviado por Dios, condenado a muerte y crucificado, fue resucitado por Dios y actualmente está vivo junto a Éste; Él volverá al mundo el Último Día, para juzgar a la humanidad, y el que crea en Él obtiene por medio de Él el perdón de sus pecados.
Este mensaje fue aceptado por muchos judíos que formaron en Jerusalén, junto a los Apóstoles, la primera comunidad cristiana.
Existían grupos de judíos que vivían fuera de Palestina, en ciudades importantes del Oriente Medio, que también escucharon a los Apóstoles y aceptaron su predicación. Vueltos a sus casas estos judíos crearon núcleos de creyentes que transmitieron el mensaje a gentes no judías. De hecho existían ya desde hacía tiempo, personas que aún sin pertenecer al pueblo judío, aceptaban algunos aspectos de su religión: eran los llamados prosélitos. Siguiendo en esta línea, los Apóstoles descubrieron pronto que su mensaje debía ser dirigido a todos los hombres, no sólo a los judíos, y uno de ellos, San Pablo, se sintió llamado a la misión de evangelizar a los gentiles.
Cuando empezó a crecer el número de los cristianos no judíos se planteó a los Apóstoles un problema muy grave: ¿los cristianos que no pertenecían al pueblo judío debían someterse a la Ley de Moisés o no? Ante este problema se dibujaron dos posiciones:
a) La de los judeocristianos que consideraban que todo seguidor de Jesús debía someterse totalmente a la Ley de Moisés.
b) La de San Pablo, que opinaba que el cristiano se salvaba por su fe en Jesús, no por su sujeción a la Ley, y esto era aplicable, para él, a todos los cristianos, fueran de origen judío o no.
La posición de San Pablo se impuso, con algunos retoques, en el Concilio de Jerusalén; y más tarde, a medida que las comunidades cristianas se fueron formando con gentes no procedentes del judaísmo, los cristianos se desprendieron de la Ley de Moisés y se convirtieron en un grupo religioso con personalidad propia.
Comentarios
Publicar un comentario