Los cristianos ante la sociedad y el gobierno imperial romano
La sociedad de aquel tiempo empezó considerando a los cristianos como gentes extrañas y misteriosas, que practicaban cultos abominables y que tenían costumbres criminales. Este desconocimiento de la verdadera naturaleza del cristianismo provocó, en los siglos I y II d.C., movimientos de hostilidad popular contra algunas comunidades cristianas (las sociedades toleran difícilmente a los grupos que se empeñan en ser diferentes). Esta hostilidad fue recogida a veces por las autoridades romanas que, de forma esporádica, castigaron a algunos grupos de cristianos por el hecho de serlo.
A partir del siglo III el Imperio Romano, amenazado por una terrible crisis, empezó a realizar un análisis en busca de las posibles causas de su descomposición. Fue entonces cuando los emperadores centraron sus ataques sobre los cristianos a los que consideraban culpables de la hostilidad de los dioses hacia el Imperio. Entonces empezaron a promulgarse decretos, dirigidos claramente contra los cristianos, en los que se obligaba a todos los ciudadanos del imperio a hacer sacrificios a los dioses. Apoyándose en tales decretos, se desencadenaron varias persecuciones contra los cristianos. Las más terribles fueron las de principios del siglo IV (303 y 304 d-C., decretos de Diocleciano).
Pero, ya en esta época, el número de cristianos era tan elevado que una tal política estaba destinada al fracaso. Así lo comprendieron en el año 313 los dos emperadores Constantino y Licinio, cuando promulgaron su Edicto de Milán, en el que se decretaba la libertad religiosa en el Imperio Romano.
Y no paró aquí la cosa; en el año 392, el emperador Teodosio promulgó un nuevo decreto, en el que se prohibía la celebración del culto a los dioses paganos en todo el territorio del Imperio. Con este documento se cerraba un capítulo de la historia religiosa de la humanidad y empezaba otro: el de la imposición del cristianismo como religión protegida por el Estado.
A partir del siglo III el Imperio Romano, amenazado por una terrible crisis, empezó a realizar un análisis en busca de las posibles causas de su descomposición. Fue entonces cuando los emperadores centraron sus ataques sobre los cristianos a los que consideraban culpables de la hostilidad de los dioses hacia el Imperio. Entonces empezaron a promulgarse decretos, dirigidos claramente contra los cristianos, en los que se obligaba a todos los ciudadanos del imperio a hacer sacrificios a los dioses. Apoyándose en tales decretos, se desencadenaron varias persecuciones contra los cristianos. Las más terribles fueron las de principios del siglo IV (303 y 304 d-C., decretos de Diocleciano).
Pero, ya en esta época, el número de cristianos era tan elevado que una tal política estaba destinada al fracaso. Así lo comprendieron en el año 313 los dos emperadores Constantino y Licinio, cuando promulgaron su Edicto de Milán, en el que se decretaba la libertad religiosa en el Imperio Romano.
Y no paró aquí la cosa; en el año 392, el emperador Teodosio promulgó un nuevo decreto, en el que se prohibía la celebración del culto a los dioses paganos en todo el territorio del Imperio. Con este documento se cerraba un capítulo de la historia religiosa de la humanidad y empezaba otro: el de la imposición del cristianismo como religión protegida por el Estado.
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