Bizancio: Economía y política

1. La base económico-social

Hasta la invasión musulmana (siglos VII-VIII) el Imperio Bizantino mantuvo una economía de tipo helenístico capitalista basada en sistemas de trabajo esclavistas, tanto en el campo como en la ciudad. Egipto era el centro agrícola fundamental, Siria la provincia más industrializada. Alejandría y Antioquía eran los centros comerciales y bancarios más importantes.

A partir del siglo VII con la pérdida de estas provincias, el Imperio perdió gran parte de su población y de su riqueza. Asia Menor, más amenazada por los ataques musulmanes, se convirtió en una tierra de grandes latifundios agrícolas y ganaderos, organizados en una sociedad de tipo feudal. Lo mismo ocurría con las tierras europeas de Grecia y los Balcanes; el mundo artesano-comercial se concentró en Constantinopla y en algunos puertos del Egeo (Tesalónica, Éfeso).

2. La transformación política

El Imperio Romano de Oriente empezó a llamarse, desde el siglo VII, Imperio Bizantino. El adjetivo "bizantino" deriva de Bizancio, nombre griego de la capital Constantinopla. El cambio no fue fortuito; responde a una transformación de fondo.

En principio representa una vuelta al griego como lengua oficial, lo que también quiere decir que, en gran parte, se estaban superando las estructuras romanas. El emperador Justiniano intentó todavía reconstruir el desaparecido Imperio Romano en el Mediterráneo; pero sus sucesores olvidaron pronto esta idea romanista. Concentraron sus esfuerzos en coordinar las tierras que lograban mantener y en darles unidad y consistencia. De aquí que abandonaron el latín por la sencilla razón de que sus súbditos hablaban griego preferentemente.

El imperator, por tanto, se convirtió en basileus. Mantuvo su poder absolutista gracias al ejército y a una bien organizada burocracia de funcionarios repartidos por todo el Imperio. Su poder era consagrado por la Iglesia a través del acto de coronación que efectuaba el patriarca de Constantinopla. El poder se transmitía hereditariamente. Aunque fuerte, estaba sujeto a frecuentes conjuras de palacio o a sublevaciones populares que se iniciaban, muchas veces, en el hipódromo.

El hipódromo de Constantinopla era uno de los centros políticos del Imperio. Los equipos de cuádrigas, reconocibles por su color (azul, verde, blanco, rojo), tenían sus seguidores que respondían a tendencias políticas distintas. Un fracaso espectacular de las cuádrigas del partido del emperador podía ocasionar una sublevación. La más conocida fue la llamada sedición Niká (o "victoria", 532), que estuvo a punto de costarle la corona a Justiniano. La entereza de su mujer Teodora y la llegada de las tropas de su general Belisario le salvaron in extremis.

El basileus vivía en el palacio rodeado de un lujo y una etiqueta que impresionaban a los embajadores de otros pueblos. Mantenía, aunque sin el valor que tuvieron en su tiempo, algunos títulos políticos del viejo imperio romano: senado, cónsules...

La primera tendencia romanista culminó con la obra jurídica de Justiniano. Este emperador codificó el Derecho Romano en una importante obra: el Corpus Iuris Civilis. Pero sus sucesores, León III el Isaurio (740), Basilio I (879) y León el Sabio (887-893) se vieron obligados a establecer nuevos códigos, en griego, más de acuerdo con la realidad del Imperio que las leyes romanas completamente desfasadas.

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