Bizancio: Un imperio cristiano

La Iglesia jugaba un papel muy importante en el Imperio bizantino. Desde los orígenes del cristianismo, Oriente había sido la parte más rápida e intensamente cristianizada. De los cinco patriarcas de la Iglesia, cuatro estaban en Oriente: Constantinopla, Antioquía, Jerusalén y Alejandría, y sólo uno en Occidente, Roma.

La Iglesia de Oriente, más culta que la de Occidente, desarrolló la tradición bíblica, reunió los primeros concilios para definir la doctrina (Éfeso, Constantinopla, Nicomedia...), creó las primeras órdenes monásticas (San Basilio) y evangelizó a los pueblos bárbaros-germánicos (visigodos) o eslavos (evangelización por parte de los santos Cirilo y Metodio, siglo IX).

Tuvo que resolver desde un principio dos graves problemas: sus relaciones con el poder político y sus relaciones con Occidente. Las primeras no fueron siempre buenas. Los emperadores pretendieron siempre tener sometida a la Iglesia a través del patriarca de Constantinopla. Desde el año 753 (Concilio de Constantinopla) hasta el año 843, los emperadores mantuvieron una lucha abierta contra la influencia del monacato en la llamada querella iconoclasta.

El segundo problema acabó con un rompimiento definitivo. Las disputas de prestigio entre el Patriarca de Constantinopla y el de Roma, llevaron el Cisma de 1054, cuando el patriarca griego Miguel Cerulario rompió con Roma. Desde entonces el cristianismo oriental u ortodoxo ha mantenido una estructura más tradicional que el cristianismo católico de Roma.


La disputa de los iconos tuvo dos vertientes: una religiosa y otra política. La segunda, más importante, justificó el enfrentamiento del poder imperial con el monacato bizantino, muy rico y poderoso y con gran influencia en el pueblo. Gran parte de esta influencia era debida al fanatismo popular por los iconos o imágenes religiosas. Los emperadores iconoclastas (destructores de iconos), al prohibirlos y destruirlos, intentaron disminuir la influencia del monacato.


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