La Edad Antigua

La Edad Antigua constituye una etapa de la historia que se inicia con la revolución urbana y finaliza con la caída del Imperio Romano (siglo V). En este periodo se desarrollará la escritura, que será el rasgo que defina a las culturas históricas frente a las prehistóricas. Esta etapa se estructura en dos grandes conjuntos de civilizaciones: las urbanas y las clásicas.

Las civilizaciones urbanas son aquellas en las que se desarrolló por primera vez un nuevo núcleo de población: la ciudad. Dicho acontecimiento tuvo lugar en Egipto y Mesopotamia a lo largo del IV milenio a.C. Las características del proceso civilizador o urbanístico vienen dadas por: la especialización económica, la estratificación social y la organización política.

Las civilizaciones clásicas son Grecia y Roma: se denominan así porque sus manifestaciones culturales (arte y literatura) se convierten en modelos de imitación que serán repetidos en períodos históricos posteriores, como ocurre en el Renacimiento (siglos XV-XVI) y en el Neoclasicismo (siglo XVIII).

 

Mosaico romano de Recia en el que se representa a Teseo y al Minotauro en el laberinto.  

1. Revolución urbana

La revolución urbana consistió en el paso de la aldea a la ciudad y de la tribu neolíticas a la civilización (tipo de sociedad más compleja, con creencias, hábitos, costumbres, normas de comportamiento, nivel de desarrollo técnico y económico, conocimientos...); las sociedades que experimentaron esta transformación se denominan civilizaciones urbanas.

Al igual que en el Neolítico, el fenómeno urbanístico o civilizador se originó en varias áreas geográficas de Oriente: Mesopotamia, Egipto, India y China. Todas ellas se localizan en valles y llanuras fluviales de ríos caudalosos: Tigris, Éufrates, Nilo, Ganges e Indo.

Los suelos en los que están ubicadas estas ciudades son muy fértiles, debido a los aluviones, lo que permite extraer rendimientos agrícolas muy elevados.

2. Cambios e innovaciones

El desarrollo de las técnicas hidráulicas trae consigo una serie de cambios, que son los rasgos que definen a toda civilización.

Excedente agrícola: Las condiciones geográficas (insolación abundante, tierras aluviales fértiles, humedad de los valles) favorecen el rápido crecimiento de las plantas y las cosechas abundantes. Ello permitirá la realización de obras hidráulicas que hacen posible, a través de los canales, la práctica de una agricultura de regadío y el aumento del espacio destinado a los cultivos.

La combinación de estos factores produce un excdente de cereales y de mano de obra dentro del sector agrícola. Los cereales se convierten en el alimento de la población urbana (no son agricultores) y en un producto de intercambio (comercio)

División económica: El excedente agrícola permite que parte de la población pueda desarrollar otras actividades, como la artesanía, la metalurgia..., de tal forma que éstas se diversifican produciéndose una especialización del trabajo.

Hay agricultores, ganaderos, artesanos, comerciantes, funcionarios de la administración, militares y sacerdotes.

División social: La población se divide en grupos y cada uno de ellos adquirió unas características políticas y económicas concretas que lo diferencian del resto.

Son sociedades cerradas, porque no es posible la movilidad de un grupo a otro y jerarquizadas, porque se organizan de mayor a menor poder político y económico, coincidiendo siempre estos dos criterios (el monarca es la máxima autoridad política y económica).

Centros urbanos: El nuevo núcleo de población es la ciudad. Ésta no se define por el número de sus habitantes, sino porque éstos no desempeñan únicamente actividades agropecuarias, lo que indicaría una diversificación económica y una división social.

Organización política: La ejecución de obras hidráulicas implica la existencia de una autoridad para organizar el trabajo.

Esta autoridad (gobernantes) con poder absoluto establece normas (leyes) que se aplican a la totalidad de la población; nace, de esta manera, el Estado.

Así pues, los gobernantes se encargan, además de organizar y distribuir el trabajo colectivo, de la defensa de la población y de la recaudación de impuestos.

Organización administrativa: Los gobernantes nunca realizan directamente sus funciones, sino que para ello cuentan con la ayuda de un grupo de funcionarios, que se encargan de ejecutarlas en su nombre.

Los funcionarios, según la labor que desempeñen, pueden ser civiles (escribas, administradores), religiosos (sacerdotes) o militares (soldados).

La escritura: Todo Estado implica la existencia de un gobierno y una administración para dirigir y organizar la población.

Estas funciones sólo fueron posible gracias a la invención de la escritura, técnica gráfica que se empieza a utilizar, en principio, para llevar la contabilidad estatal y, posteriormente, como medio de comunicación para transmitir información legislativa, literaria, científica...

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